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En el año 1000 de la era común, el rey de Tíbet invitó a Atisha, el maestro budista más venerado de la India de esa época, a que se trasladara al Tíbet. Durante un largo periodo de tiempo, el Tíbet había sufrido diversas guerras que lo sumieron en un espantoso caos. Todo ello había originado mucha confusión y la degeneración de las enseñanzas budistas. Tras muchas dificultades, el gran maestro hindú, aceptó el ofrecimiento y fundó la Orden Kadampa, una de las escuelas principales del Budismo Tibetano, posteriormente reformada por el gran Lama Tsongkhapa adoptando el nombre de escuela Gelugpa, a la cual pertenece Su Santidad el Dalai Lama.
Instrucciones para solucionar nuestros problemas humanos
La llegada de Atisha produjo un resurgimiento del budismo tibetano con una nueva vitalidad espiritual. Las instrucciones que dio Atisha, a partir de preguntas y respuestas concernientes a la comprensión y práctica correctas del budismo, así como las que también transmitieron el discípulo principal Dromtompa y otros maestros kadampas, incluyen esta preciosa enseñanza de el consejo de corazón.
Las instrucciones kadampas se caracterizan por su forma inmediata y directa de transmitir las enseñanzas del Buda. Aunque el texto fue escrito inicialmente para monjes tibetanos, el profundo conocimiento del comportamiento humano, junto con el pensamiento moderno del autor que lo convierten en un texto de mucha relevancia actual y una fuente de inspiración para budistas y no budistas del mundo de hoy.
Este consejo de corazón surge cuando Atisha fue al Tíbet, llegando a la ciudad de Ngari, en donde residió durante dos años e impartió numerosas enseñanzas a los discípulos de Yang Chub O. Al cabo de este tiempo decidió regresar a la India, y antes de partir, Yang Chub O le pidió que ofreciera alguna enseñanza como despedida. Por lo tanto, Atisha repuso que ya les había dado todos los consejos que necesitaban, pero en respuesta a sus insistentes ruegos accedió y les dio la siguiente enseñanza:
¡Qué maravilla!
Amigos, puesto que ustedes ya poseen un gran conocimiento y un claro entendimiento, mientras que yo no soy más que un ser sin importancia y con poca sabiduría, no es adecuado que me pidan consejo. A pesar de todo, ya que ustedes, mis queridos amigos, a quienes estimo de todo corazón, me lo han suplicado, les daré estos consejos esenciales con mi mente inferior e infantil.
Amigos míos, hasta que alcancen la iluminación el maestro espiritual es indispensable; por lo tanto, confíen en su sagrado guía espiritual.
Hasta que realicen la verdad última, la escucha es indispensable; por lo tanto, escuchen las instrucciones de su guía espiritual.
Puesto que no llegarán a ser un Buda sólo con un mero conocimiento del Dharma, esfuércense en practicar con entendimiento.
Eviten aquellos lugares que turben su mente, y permanezcan en donde su virtud se incremente.
Hasta que logren realizaciones estables, las diversiones mundanas son perjudiciales; por lo tanto, moren en un lugar donde no haya tales distracciones.
Eviten a los amigos que les hagan aumentar sus aflicciones mentales y confíen en los que les ayuden a incrementar su virtud. Guarden este consejo en su corazón.
Puesto que las actividades mundanas nunca se acaban, limiten sus actividades.
Dediquen sus virtudes durante el día y la noche, y vigilen siempre su mente.
Puesto que han recibido consejo, cuando no estén meditando, practiquen siempre conforme a lo que su guía espiritual les diga.
Si se adiestran con gran devoción, recibirán los frutos inmediatamente sin tener que esperar mucho tiempo.
Si practican de todo corazón de acuerdo con el Dharma, serán provistos de alimentos y demás necesidades de forma natural.
Amigos míos, las cosas que desean no dan más satisfacción que beber agua salada; por lo tanto, aprendan a sentirse satisfechos.
Eviten las mentes altivas, engreídas, orgullosas y arrogantes, y permanezcan tranquilos y apaciguados.
Eviten las actividades que, aún considerándose meritorias, en realidad son obstáculos para el Dharma.
La ganancia y el respeto son los lazos que tienden los maras; por lo tanto, échenlos a un lado como si fueran piedras en su camino.
Las palabras de alabanza y celebridad sólo sirven para engañarnos; por lo tanto, líbrense de ellas como si se sonaran la nariz.
Puesto que son efímeros, dejen atrás la felicidad, el placer y los amigos que se logran en esta vida.
Puesto que las vidas futuras durarán mucho tiempo, acumulen la riqueza que les asista en el futuro.
Tendrán que marchar dejándolo todo atrás; por lo tanto, no se apeguen a nada.
Generen compasión por los seres más sencillos, y sobre todo eviten despreciarlos o humillarlos.
No sientan apego por el amigo ni odio por el enemigo.
En vez de generar celos por las buenas cualidades de los demás, emúlenlas con admiración.
En vez de fijarse en las faltas de los demás, fíjense en las suyas y púrguenlas como si fueran mala sangre.
No contemplen sus buenas cualidades sino las de los demás y respeten a todos como lo haría un sirviente.
Consideren que todos los seres son sus padres y madres, y ámenlos como si fueran su hijo.
Mantengan siempre un rostro sonriente y una mente amorosa, y hablen con sinceridad y sin malicia.
Si hablan mucho y con poco sentido, cometerán muchos errores; por lo tanto, hablen con moderación y sólo cuando sea necesario.
Si se involucran en actividades sin sentido, sus actividades virtuosas degenerarán; por lo tanto, abandonen aquellas tareas que no sean espirituales.
Es una gran necedad esforzarse en actividades que carecen de sentido.
Si no logran las cosas que desean, se debe al karma que crearon en el pasado; por lo tanto, mantengan una mente feliz y relajada.
Estén atentos, ya que ofender a los seres realizados es peor que la muerte; por lo tanto, sean honrados y francos.
Dado que toda la felicidad y el sufrimiento de esta vida surgen de acciones previas, no culpen a los demás.
Toda la felicidad proviene de las bendiciones de su guía espiritual; por lo tanto, correspondan siempre a su bondad.
Puesto que no pueden adiestrar las mentes de los demás mientras no hayan controlado la suya, comiencen por dominar su propia mente.
Puesto que definitivamente tendrán que partir sin las riquezas que hayan acumulado, no acumulen acciones destructivas por apego a la riqueza.
Las diversiones que distraen carecen de esencia; por lo tanto, practiquen la generosidad con sinceridad.
Guarden siempre una disciplina moral pura, porque gracias a ello obtendrán belleza en esta vida y felicidad en las futuras.
Puesto que el odio abunda en estos tiempos impuros, pónganse la armadura de la paciencia, que está libre de odio.
Siguen confinados en el samsara debido al poder de la pereza; por lo tanto, enciendan el fuego del esfuerzo de la aplicación.
Puesto que esta existencia humana se consume invirtiendo el tiempo en distracciones, ahora es el momento de practicar la concentración.
Bajo el influjo de las creencias erróneas no pueden comprender la naturaleza última de las cosas; por lo tanto, analicen los significados correctos.
Amigos míos, en esta ciénaga del samsara no existe la felicidad; por lo tanto, trasládense a la tierra firme de la liberación.
Mediten siguiendo el consejo de su guía espiritual y agoten el río del sufrimiento de la existencia cíclica.
Contemplen esta exhortación con cuidado porque lo que sale de mi boca no son palabras vacías sino sinceros consejos que les doy de corazón.
Si practican de este modo me complacerán, se sentirán y harán felices a los demás.
Yo, que soy un ignorante, les suplico que practiquen estos consejos de todo corazón.
Éste es el sagrado consejo de corazón que el incomparable y venerable Atisha, dio a Yang Chub O.
Impreso con motivo de la visita a México del Venerable Geshe Tsugla en marzo del 2006
FPMT – Fundación para Preservar la Tradición Mahayana – México.Este es, sin duda, un libro increíble. De sus páginas emana una sabiduría tan relajante, tanta luz curativa que manifiesta la presencia, las palabras, y las enseñanzas de uno de los grandes lamas actuales. Este es un libro que se concentra en la base de la curación espiritual para todos aquellos que sufren; un libro que dirige la atención a esa sabiduría especial que causa una curación permanente; un libro para los enfermos, los infelices y los vulnerados.
Lillian Too, en el prólogo
“Un libro excelente para los que sufren una enfermedad o cuidan a enfermos. Lama Zopa Rimpoché nos ofrece métodos para transformar el compadecerse de sí mismo y el enfado para hacer frente creativamente a la adversidad y dar sentido a nuestra vida, sin importar el estado de salud en el que nos encontremos. Este libro nos desafía a abrir nuestros corazones con compasión y sabiduría”.
Thubten Chodron autora de Corazón abierto, mente lúcida.
Lama Zopa Rimpoché es el director espiritual de la Fundación para Preservar la Tradición Mahayana, FPMT, con centros budistas, monasterios y proyectos relacionados. Es autor de Transformar Problemas en Felicidad, La Puerta de la Satisfacción y co autor con Lama Yeshe de La Energía de la Sabiduría.
Ajahn Buddhadasa se caracterizó por una gran apertura de espíritu lo que le llevó a estudiar textos de otras tradiciones como : la Biblia, el Koran...
Los Upanishads, el Budismo Chan … siempre abierto a aprender algo en el encuentro con otros líderes religiosos. Esto le haría entender que todas las religiones, en su esencia, son una : la del “no-egoísmo” y la “necesidad” de que las diferentes tradiciones religiosas den el ejemplo, superando los egoísmos que las separan.
También le hizo tomar tres resoluciones :
1.- Ayudar para que todas las personas se esfuercen por realizar el corazón de su propia religión.
2.- Trabajar para una mutua comprensión entre las religiones y por un buen entendimiento de los principios esenciales de todas ellas.
3.- Cooperar en sacar al mundo fuera del poder del materialismo.
A lo largo de su vida, tradujo textos Mahayana como “The platform sutra of Hui Neng” o “The Zen teachings of Huang Po”, se veía con líderes como el Dalai Lama, el autor interreligioso musulmán Hají Prayoom, el obispo Manat de Tailandia, o fue también el primer conferenciante budista en la Universidad Protestante de Tailandia. Entre sus libros sobre estos temas tenemos :
“Christianity & Buddhism”, “No Religión” o “Essence of Christianity as far as Buddhists should know”, donde reconocía que los budistas tenían mucho que aprender de los cristianos en cuanto a la práctica de metta (benevolencia de corazón), así como su mayor obra social que las religiones de Asia. El reconocimiento internacional y la notoriedad de Ajahn Buddhadasa trascendieron incluso lo interreligioso, con el reconocimiento “laico” por la UNESCO, en 2.006.
Nuestra Asociación quiere hacer una humilde contribución en la vía abierta por Buddhadasa hacia lo interreligioso, e incluso con la ciencia u otras fuentes de conocimiento, en una voluntad de encontrar lo que nos une, por encima de lo que nos separa. En esta primera fase, queremos ofrecer Textos de distintas tradiciones y fuentes, Encuentros Interreligiosos y Direcciones relativas a estos temas.
Esperamos pueda ser en beneficio de Todos los seres
Antes de dormir, Svasti se sentó bajo un árbol de bambú y recordó los primeros meses con el Buda. Tenía entonces sólo once años y su madre había fallecido recientemente, dejándole a cargo de sus tres hermanos menores. No tenía leche para alimentar a la pequeña, que era sólo un bebé. Por suerte, un hombre del pueblo, llamado Rambhul, le contrató para que cuidara de sus búfalos –cuatro búfalos adultos y una cría–. Así, Svasti pudo ordeñar a una búfala todos los días y alimentar a su hermanita. El muchacho cuidaba con sumo cuidado a los búfalos, pues sabía que debía conservar el empleo si quería que sus hermanos no pasaran hambre. Desde la muerte de su padre, no se había reparado el tejado de su cabaña y, cada vez que llovía, Rupak tenía que correr de aquí para allá, colocando recipientes bajo los boquetes para recoger las goteras. Bala tenía sólo seis años pero tuvo que aprender a cocinar, cuidar del bebé e ir en busca de leña al bosque. Aunque era muy pequeña, podía amasar harina y hacer chapatis para sus hermanos. En contadas ocasiones podían comprar un poco de curry. A Svasti se le hacía la boca agua cuando, de regreso al establo con los búfalos, de la cocina de Rambhul emanaba el tentador aroma del curry. Desde la muerte de su padre, los chapatis rebozados en salsa de carne con curry habían sido un lujo desconocido. La ropa de los niños era poco más que harapos. Svasti no tenía más que un dhoti ya muy gastado. Cuando hacía frío, se cubría los hombros con una vieja tela marrón. Estaba raída y descolorida pero, para él, era valiosísima.
Svasti debía buscar lugares con buenos pastos para los búfalos, pues sabía que si los devolvía hambrientos al establo, el Señor Rambhul le pegaría. Además, todos los días, al atardecer, tenía que llevar a la casa un considerable manojo de hierba para que los búfalos comieran durante la noche. Las tardes de muchos mosquitos, hacía fuego para ahuyentarlos con el humo. Rambhul le pagaba cada tres días con arroz, harina y sal. A veces, Svasti volvía a su hogar con algunos peces que había pescado a orillas del río Naranjara, para que Bhima los cocinara.
Una tarde, después de bañar a los búfalos y cortar un montón de hierba, Svasti quiso pasar un rato, tranquilo y solo, en el frescor del bosque; dejó a los búfalos pastando y buscó un árbol alto para apoyarse mientras descansaba. De repente se detuvo. Había un hombre sentado en silencio bajo un árbol pippala, a no más de cincuenta metros. Svasti, asombrado, le miró fijamente. Nunca en su vida había visto a nadie sentado de una manera tan bella; la espalda perfectamente recta y los pies descansando con elegancia sobre los muslos. El hombre permanecía inmóvil y concentrado. Sus ojos parecían estar medio cerrados y sus manos, una sobre la otra, descansaban ligeras sobre el regazo. Vestía un descolorido hábito amarillo que dejaba un hombro al descubierto. Su cuerpo irradiaba paz, serenidad y majestuosidad. Sólo con mirarle una vez, Svasti se sintió sorprendentemente confortado. Su corazón se estremeció. No entendía cómo podía sentir algo tan especial por una persona a la que ni siquiera conocía, pero permaneció inmóvil un largo rato, con absoluto respeto.
El extraño abrió los ojos. Mientras descruzaba sus piernas y masajeaba suavemente sus tobillos y plantas de los pies no vio a Svasti. Lentamente, se levantó y empezó a caminar. Al hacerlo en dirección opuesta, no le veía. El chico, sin hacer un solo ruido, contempló al hombre caminar con pasos lentos y meditativos por el bosque; después de siete u ocho pasos, se giró y fue entonces cuando le vio.
Sonrió al muchacho. Nadie le había sonreído nunca con tan dulce tolerancia. Como si fuese arrastrado por una fuerza invisible, Svasti corrió hacia el hombre pero, cuando se encontraba a unos pocos metros de él, se paró en seco al recordar que no tenía derecho a acercarse a ninguna persona de casta superior.
Svasti era un intocable. No pertenecía a ninguna de las cuatro castas sociales. Su padre le había explicado que la casta brahman era la más alta, y que la gente nacida en ella eran sacerdotes y maestros que leían y comprendían los Vedas y otras escrituras y hacían ofrecimientos a los dioses. Cuando Brahma creó la raza humana, los brahmanes salieron de su boca. La segunda casta superior era la ksatriya. Los nacidos en ella podían acceder a posiciones políticas y militares, ya que habían surgido de las dos manos de Brahma. Los de la casta vaisya eran mercaderes, agricultores y artesanos que habían brotado de los muslos de Brahma. Los de la casta sudra habían surgido de los pies de Brahma y era la casta inferior. Se dedicaban exclusivamente a las labores manuales que no efectuaban ninguna de las castas superiores. Pero los miembros de la familia de Svasti eran “intocables”, que no tenían casta alguna. Se les obligaba a construir sus casas fuera de los límites del pueblo y llevaban a cabo los trabajos más bajos como recoger basura, abonar los campos, hacer caminos, alimentar a los cerdos y cuidar búfalos. Todo el mundo debía aceptar la casta en la que había nacido. Las sagradas escrituras enseñaban que la felicidad residía en la habilidad de aceptar la propia posición.
Si un intocable como Svasti tocaba a una persona de casta superior, era apaleado. En el pueblo de Uruvela, un intocable había sido severamente golpeado por tocar a un brahmán. El brahmán o el ksatriya que fuera tocado por un intocable se contaminaba y, para purificarse, tenía que ayunar y hacer penitencia durante varias semanas. Siempre que Svasti conducía los búfalos al establo, trataba de no pasar cerca de las personas de casta superior que se encontrara en el camino o fuera de la casa de Rambhul. Tenía la impresión de que incluso los búfalos eran más afortunados que él pues un brahmán podía tocarlos sin contaminarse. Incluso en el supuesto de que un intocable, sin ser su culpa, rozara accidentalmente a alguien de una casta superior, podía ser golpeado cruelmente.
Frente a Svasti se hallaba ahora el más atractivo de los hombres y era evidente, a decir por su porte, que no compartían la misma condición social. Sin duda, una persona con una sonrisa tan bondadosa y tolerante no le pegaría aunque llegara a tocarle pero Svasti no quería ser la causa de la contaminación de alguien tan especial; por eso se quedó paralizado a sólo unos pocos pasos de él. Al ver su vacilación, el hombre avanzó hacia el muchacho. Svasti retrocedió para evitar el contacto pero el hombre era más rápido y, en un abrir y cerrar de ojos, le puso la mano izquierda sobre el hombro. Con su mano derecha, le dio unas cálidas palmaditas en la cabeza. Svasti permaneció inmóvil. Nadie le había tocado nunca la cabeza de una manera tan dulce y afectuosa y, sin embargo, se sintió, de repente, presa del pánico.
“No tengas miedo, chico”, dijo el hombre con una voz serena y tranquilizadora.
Al sonido de esa voz, los temores de Svasti se desvanecieron. Levantó la cabeza y miró fijamente aquella sonrisa bondadosa y tolerante. Tras vacilar un momento, balbuceó, “Señor, me gusta usted muchísimo”.
El hombre alzó la barbilla de Svasti y le miró a los ojos. “Y tú también me gustas. ¿Vives por aquí?”.
Svasti no respondió. Tomó entre sus manos la mano izquierda de aquel desconocido y formuló la pregunta que tanto le preocupaba, “Cuando le toco así, ¿no está contaminándose?”.
El hombre se rió y sacudió la cabeza. “Para nada, hijo. Tú y yo somos seres humanos. No puedes contaminarme. No escuches lo que diga la gente”.
Tomó la mano de Svasti y caminó con él hasta el linde del bosque. Los búfalos pastaban aún apaciblemente. El hombre miró a Svasti y preguntó, “¿Cuidas estos animales? Y ésta debe de ser la hierba que has cortado para su cena. ¿Cómo te llamas? ¿Vives por aquí?”.
Svasti respondió educadamente, “Sí, Señor. Cuido estos cuatro búfalos y esta cría, y esa es la hierba que he cortado. Mi nombre es Svasti y vivo al otro lado del río, justo detrás del pueblo de Uruvela. Por favor, Señor, ¿cuál es su nombre y dónde vive? ¿Puede decírmelo?”.
El hombre respondió amablemente, “Por supuesto. Mi nombre es Sidarta y mi hogar está muy lejos, pero ahora vivo en el bosque”.
“¿Es usted un ermitaño?”.
Sidarta asintió. Svasti sabía que los ermitaños eran hombres que, generalmente, vivían y meditaban en lo alto de las montañas.
Aunque acababan de conocerse y habían intercambiado pocas palabras, Svasti sintió un cálido vínculo con su nuevo amigo. En Uruvela, nadie le había tratado jamás de una forma tan amistosa ni hablado con tal calidez. Una gran felicidad brotó en su interior; deseaba expresar de alguna manera su júbilo. ¡Si tan sólo tuviera algún obsequio para ofrecer a Sidarta! Pero no tenía ni un centavo en el bolsillo, ni siquiera un trozo de caña de azúcar, nada. ¿Qué podría ofrecer? Entonces, se armó de valor y dijo,
“Señor, me gustaría tener algo que ofreceros como obsequio, pero no tengo nada”.
Sidarta miró a Svasti y sonrió. “Sí que tienes. Algo que me gustaría mucho”.
“¿Tengo algo?”.
Sidarta señaló el montón de hierba kusa. “Esa hierba que has cortado para los búfalos es suave y fragante. Si pudieras darme unos pocos haces, haría un asiento para sentarme en meditación bajo el árbol. Eso me haría muy feliz”.
Los ojos de Svasti resplandecieron. Corrió hasta la pila de hierba, cogió un gran manojo en sus delgados brazos y se lo ofreció a Sidarta.
“He cortado esta hierba más abajo, cerca del río. Por favor, acéptela. No me cuesta nada cortar más para los búfalos”.
Siddharta unió sus manos formando una flor de loto y aceptó la ofrenda. Dijo, “Eres un chico muy amable. Te lo agradezco. Ve y corta más hierba para tus búfalos antes de que se haga tarde y, si tienes oportunidad, ven por favor a verme al bosque mañana por la tarde”.
El joven Svasti inclinó la cabeza para despedirse y permaneció de pie, viendo a Sidarta adentrarse en el bosque. Después, cogió su hoz y se dirigió hacia la orilla, su corazón henchido con el más cálido de los sentimientos. El otoño comenzaba. La hierba estaba todavía blanda y acababa de afilar su hoz. El muchacho no tardó nada en cortar otro gran haz de hierba kusa.
Svasti condujo a los búfalos a casa de Rambhul, guiándoles por un paso poco profundo del Neranjara; el búfalo pequeño se mostraba reacio a abandonar la hierba de la ribera y Svasti tuvo que convencerle. Con la hierba ligera sobre el hombro, Svasti vadeó el río junto a los búfalos.
Y más adelante, estos versos, nunca antes escuchados en el pasado, surgieron espontáneamente en el Bienaventurado:
“Esto lo he ganado mediante una gran fatiga-
¡Suficiente! ¿Por qué debería darlo a conocer?
Para la gente consumida por la lascivia y el odio,
Este Dhamma es incomprensible.
Conduciéndose en contra de la corriente,
Sutil, profunda, difícil de ver y delicada,
Oculta detrás de la esclavitud de sus pasiones,
Están encapotados por las tinieblas de la ignorancia.”
En semejante sabio, ponderado como el Bienaventurado, la mente se inclina hacia la inactividad y no hacia la enseñanza del Dhamma. Entonces, al Brama Sahampati, al haber conocido en su mente esta forma de razonar del Bienaventurado, se le ocurrió este pensamiento: “¡Ay de mí! El mundo está perdido. ¡Ay de mí! El mundo está destruido, en la medida que la mente del Tathagata, el Arahant plenamente iluminado, se inclina más hacia la inactividad que hacia la enseñanza del Dhamma.”
Acto seguido, tan rápido como un fuerte hombre estira su brazo o tan rápido como lo recoge, el Brama Sahampati, despareciendo del mundo del Brama, se manifestó enfrente del Bienaventurado.
Entonces, el Brama Sahampati, habiendo puesto su vestimenta exterior sobre su hombro, habiendo apoyado su rodilla derecha en el suelo y habiendo saludado al Bienaventurado con las manos juntadas, dijo: “Bienaventurado señor, que el Bienaventurado enseñe el Dhamma, que Tathagata enseñe el Dhamma. He aquí, hay seres con poco polvo en sus ojos, quienes, al no escuchar el Dhamma, están decayendo, pero si a ellos se les enseñara el Dhamma, acrecentarían su imperfecto conocimiento.”
Traducido y publicado por Isidatta para el Bosque Theravada © 2009
Edición de Bosque Theravada © 2009
Hola amigo,
al copiar la tarducción de este sutta, incluyendo la nota, de nuestra web: (www.bosquetherevada.org) e incluirla en tu blog, creo que deberías pensar en algunas de las más mínimas reglas de respeto por los derechos autorales y citación de feuentes, especialmente, tratándose de un blog budista. Corrígeme, si me equivoco.
Saludos y que estés bien en todo
Isidatta (el responsable de los contenidos de la web "Bosque Theravada")